Santa Catalina Labouré

Vida y visiones de Santa Catalina Labouré

Santa Catalina Labouré
Santa Catalina Labouré. Dominio público

Catalina Labouré nació en Francia, el 2 de mayo de 1806, en una familia campesina. Sus tendencias místicas comenzaron a una temprana edad.

Cuando a los 8 años perdió a su madre, se refugió en la Virgen María. A los 9 años, una criada de la granja de su padre la sorprendió encima de una mesa, abrazando a una imagen de la Virgen. La niña le pedía que fuera su madre. Vería sus ruegos realizados, pero pasarían muchos años y muchos sufrimientos antes de eso.

Aunque fue la octava de diez hijos, a Catalina le tocó encargarse de los trabajos de la casa de su padre cuando su hermana mayor se convirtió en monja. A los 14 años, le pidió a su padre que le permitiera convertirse en religiosa, pero él no estuvo de acuerdo.

Una noche, Catalina soñó con un sacerdote anciano que le decía: "Ahora huyes de mí, hija mía; día vendrá, cuando tengas a gran contento, ser mía. Sus designios tiene Dios sobre ti. No lo olvides".

El párroco de su iglesia le explicó el sueño diciéndole que el anciano era San Vicente de Paúl, fundador de las Hijas de la Caridad, pidiéndole que se uniera a la comunidad religiosa.

Cuando a los 24 años fue a visitar a su hermana al convento, en la sala vio el retrato de San Vicente de Paúl y lo reconoció. Dos años más tarde, su padre aceptó su vocación. Catalina ingresó al convento el 21 de abril de 1830.

Hija de la Caridad

Desde que entró al noviciado, Catalina comenzó a tener visiones. Durante los 9 meses de su noviciado, vio todos los días a Jesucristo en la Eucaristía.

El 6 de junio de 1830, domingo de la Santísima Trinidad, vio a Jesús durante el evangelio de la misa, vestido de rey, con una cruz en el pecho. Vio también que los ornamentos reales de Jesús y la cruz cayeron al suelo, lo que le hizo sentir a Catalina que "se acercaban cosa malas".

Sor Catalina y el corazón de San Vicente de Paúl

La novicia vio cuando repartieron los restos del fundador de las Hermanas de la Caridad. El brazo derecho de San Vicente de Paúl fue a la capilla del noviciado. Durante una novena, Catalina vio el corazón de San Vicente de varios colores. Blanco, por la unión entre las congregaciones fundadas por él. Rojo, por el fervor y la propagación de las congregaciones. Y rojo oscuro, por el sufrimiento que ella padecería. En su interior oyó una voz que le decía: "el corazón de San Vicente está profundamente afligido por los males que van a venir sobre Francia" y "El corazón de San Vicente está más consolado por haber obtenido de Dios, a través de la intercesión de la Santísima Virgen María, el que ninguna de las dos congregaciones perezca en medio de estas desgracias, sino que Dios hará uso de ellas para reanimar la fe".

Catalina desea ver a la Virgen

El domingo 18 de julio de 1930, víspera de la fiesta de San Vicente de Paúl, a las novicias les repartieron un pedacito de lienzo de un roquete del santo. Catalina, inspirada por las enseñanzas de su maestra de novicias, y llena de deseos de ver a la Virgen María, se tragó la reliquia y se durmió pidiendo que San Vicente de Paúl y su Ángel de la Guarda la ayudaran a ver a la Virgen. Esa misma noche comenzaron las tres visiones de la Virgen que le darían la misión de hacer acuñar la Medalla Milagrosa. Con esta medalla, se cumpliría la revelación del corazón de San Vicente de Paúl.

Después de las apariciones de la Virgen, Catalina vivió el resto de sus años en el anonimato. Le había pedido a su confesor, el Padre Aladel, que no revelara quién había tenido las visiones de la Medalla Milagrosa. El Padre Aladel publicó un libro que que contaba la historia de la Medalla Milagrosa sin revelar el nombre de Catalina. Ella permaneció en el convento.

Ocho meses antes de su muerte, Catalina le contó a su nueva superiora acerca de las apariciones. Al final de su vida en 1876, su entierro recibió gran atención de la gente que ya se habían enterado de su historia.

Poco tiempo después su muerte, llevaron a un niño inválido de 11 años al sepulcro de la santa. El niño se sanó de inmediato. Este milagro le ganó la canonización a Santa Catalina.

En 1947, el Padre Pío XII declaró santa a Catalina Labouré.